Encontrar tu misión ⟡

2/21/2025

Espero que esta carta te pille calmada. Para que te cale bien adentro y lleves contigo este sentido profundo sobre la visión vital. Y sueltes el bloqueo. Y mires más allá.

Gracias por leer.

El error viene de largo. Nuestro concepto de vida aprendido partió del hecho de que nuestra misión era algo perdido que debíamos encontrar. Que daríamos con ello en algún punto de la vida. En algún escondite secreto de nuestras experiencias.

Debía andar por ahí, a la espera de ser descubierto.

El mundo (el sistema) se esforzó por teñir la misión de un trabajo, un título, un papel claro, un rol bien definido. Hicimos ese anclaje casi sin darnos cuenta.

«Soy lo que hago» (y si «no hago», «no soy», «no merezco»).

Parecía como si dar con ello —ese trabajo ideal, ese trazo perfecto y nítido, ese pin en la solapa con tu nombre, apellidos y un título que indicara sobre a qué te dedicabas— nos fuera a dar por fin la paz, la dirección y la certeza que parecíamos no encontrar.

Y la desilusión no tardó en llegar.

Porque encontramos ese trabajo —quizá— bastante parecido al que dibujamos como nuestro ideal. Y también nos apegamos a un rol (el de buena hermana, buena hija, buena estudiante, buena madre, excelente trabajadora…). Y ese hilo, que ahora parecía unirlo todo tal y como nos habían enseñado, parecía no dar la puntada perfecta. A pesar de todo.

Tenerlo todo tal y como nos enseñaron a hacer. Y aún así no saber clarificar con la certeza absoluta: esta, es mi misión de vida, sin adherirla a un «hacer algo»

¿Qué no entendimos entonces?

Pasamos por alto lo más importante: la misión de vida no va en absoluto de hacer, sino de ser. De Ser, en completitud.

La misión sólo se aviva dede el fuego interno. Y es expansiva, alejada de todo límite y etiqueta. Del pin en la solapa, por supuesto.

La misión no era (no es) una carrera, un emprendimiento, una gran obra maestra.

No es algo que se busca afuera. Ni algo que alguien más pueda darte.

La misión estuvo y está en ti desde el momento en que naciste.


Está aquí y ahora.

Nunca se perdió. Nunca tuviste que esmerarte en encontrarla.

Pero la separaste tanto de ti —aprendiste tan a fuego el querer encasillarla en un «algo» rotundo—, que quizá te cuesta reconocerla.

Pero sigue ahí. Aunque tengas la visión empañada.

Tu misión, aunque suene complejo, eres tú.

La hallarás allí donde tu alma se encienda. Sin límite.

Allí donde te sientas viva de verdad. Y te reconozcas, sin trampa ni cartón. Y Seas, así de simple. Sin necesidad de hacer absolutamente nada, aunque esto —el hacer— se convierta en medio a veces.

Porque sí, absolutamente, la misión en algunas ocasiones se entrelaza y manifiesta en lo que haces. Pero no nos vale cualquier hacer.

Y aquí cabe preguntarse «¿desde dónde estoy haciendo esto?».

¿Hay culpa? ¿Es mi deseo profundo? ¿Lo hago desde el disfrute? ¿Me eleva? ¿Me contrae?

Si no hay fuego interno y un amor profundo e innato en ese hacer, desánclalo de tu misión.

No como algo desesperado, sino aceptando que esa no es tu verdadera misión aquí, aunque a veces no tengas más que rendirte a ese «hacer sin más» por la estructura del propio sistema.

Para reconocerla de nuevo, busca. Recuerda.

Se trata de la energía que traes a cada cosa. Del amor con el que sostienes.

De la presencia con la que habitas tu forma de desenvolverte en la vida.

Y el punto importante, el servicio que tu energía de misión lleva a los demás.

Ese es el punto. Viniste a inspirar a los demás con tu ser, para elevarlos también.


Puedes avivar tu misión escribiendo un libro o cuidando de tu jardín. Preparando unas tostadas con esmero. Compartiendo tu visión sobre la vida con alguien y generando sin saberlo el efecto mariposa. Uniéndote a una comunidad con la que de verdad resuenes y siendo parte activa de ella. O en tu total soledad, siendo ejemplo y reflejo para otros —a veces sin siquiera darte cuenta— sobre la vida serena.

La misión no necesita de ruido.

Reafirma que tu mera presencia aquí nunca fue casual.

Hacer lo que te enciende, es tu misión.

Ser tu en tu esencia, es tu misión.

Sin embargo, hay un «pero». Y es que a veces, no siempre lo que te «es fácil» forma parte de tu misión.

Boom.

Justo al contrario de lo que te vendieron.

Cómo reconocí mi misión (kármica) a través de mi Carta Natal.

En mi caso, era fácil esconderme en mi propia y buscada soledad.

Sin embargo, mi misión de vida la he encontrado sabiendo que no puedo guardar para mí todo lo que sé. Sino que he de rendirme a la expansión en comunidad. Y abrazar que mi camino —muy al contrario de lo que me era natural— estaba y está entre el grupo.

En nuestra carta natal, existen 2 puntos (nodales) implicados en clarificar nuestra misión: el Nodo Norte y el Nodo Sur.

No son planetas ni cuerpos celestes, sino puntos matemáticos que marcan la intersección entre la órbita de la Luna y la eclíptica (el camino aparente del Sol alrededor de la Tierra).

Los nodos representan un eje de evolución en nuestra vida.

El Nodo Sur nos revela lo que traemos del pasado (vidas anteriores o patrones arraigados), nuestra afamada «zona de confort», dones naturales, pero también bloqueos o tendencias repetitivas.

Nos es fácil sentirnos atraídos hacia la energía del Nodo Sur porque, de algún modo, todo nos parece familiar y conocido. Y es en ese trabajo de desapego, donde empezamos a entender que quizá hay algo más allá.

Porque lo que nos es familiar no siempre es lo que nos expande.

Es fácil quedarnos ahí, repitiendo lo que nos da seguridad. Pero si vivimos sólo desde el Nodo Sur, la vida se siente estancada. Como si todo encajara en la superficie, pero en el fondo faltara algo.

Es ese «sé hacer esto a la perfección, pero esto no me enciende, ni me reta».

El latido, el fuego, el llamado.

Y es ahí donde entra en juego nuestro Nodo Norte.

El Nodo Norte marca la dirección en la presente vida encarnada. Marca nuestra evolución, el aprendizaje del alma, lo que nos desafía pero nos hace crecer.

Es nuestra brújula evolutiva. No es un camino fácil ni automático.

Es lo desconocido, lo desafiante, lo que al principio parece extraño o ajeno. Como me sucedió a mí, y muy probablemente, a ti también.

Pero es ahí donde la vida nos empuja, donde nuestra alma se expande, donde encontramos la chispa de lo que realmente vinimos a Ser.

La misión es un encuentro con la parte de ti que aún no reconoces. Es una elección diaria. Una invitación constante a salir de la orilla y nadar mar adentro, aunque no veas el final del propio océano.

Aquí van algunas preguntas para ti

  • ¿Dónde me resisto a ser quien realmente soy?

  • ¿Qué me resulta fácil ejecutar pero no me enciende?

  • ¿Qué estoy dejando de hacer cuando no me permito brillar?

  • ¿Qué llamada estoy intentando silenciar?

  • ¿Qué cosas pequeñas me hacen sentir inmensamente viva?


La misión no es algo que encontrar. Sino algo que recordar.

Y en el momento en que empiezas a vivir desde ahí, todo lo demás encuentra su lugar.

Con amor para ti Cris y, como siempre, escribiéndote Desde algún rincón del Universo.

Cris.

Que así sea.



Una vez más, escribiéndote Desde algún rincón del Universo para que eleves tu brillo.

Cris Miralles
Mentora de Bienestar Cósmico e Integral

La energía, en el centro.

Cartas que podrían ser terapia.

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